México Lindo y Querido - El Rebozo

El Rebozo

Tradiciones de México
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Tradiciones mexicanas

El rebozo es una tela larga y angosta con nudos y flecos en cada extremo.

Es una prenda indígena prehispánica que se ha ido adaptando a la par de las distintas etapas que ha vivido México desde entonces. Este rebozo tuvo usos variados: cuna que arrullaba al bebé o servía para amamantarlo, prenda de abrigo, cobijo para el sol, pieza de adorno, etc. El rebozo tiene tantas funciones como la imaginación lo permita y es la única pieza textil del arte indígena y popular que es símbolo de identidad nacional.

Antes de la colonización española el chal o manta fue una pieza para mujeres y hombres. A través de códices y esculturas de piedra y cerámica se puede observar que en Mesoamérica existía una prenda tejida en telar de cintura con forma de bandas alargadas, es decir, la forma del rebozo actual.

Con la llegada de los españoles se introdujeron la lana y la seda, así como otro tipo de telares, por lo que las antiguas mantas sufrieron transformaciones. Además, en 1582 las Ordenanzas de la Real Audiencia de toda Nueva España prohibieron a la mujer negra, mulata o mestiza el uso de indumentaria indígena con los chales. Como consecuencia las mujeres rediseñaron esta pieza haciéndola más larga, más ancha, decorándola con tinte de añil a rayas blancas y azul pálido, dando origen al rebozo. Otra de las causas de la transformación del rebozo fue que las mujeres no tenían acceso a la iglesia a no ser que tuvieran la cabeza cubierta. También el mantón de Manila español influyó en gran medida en su evolución. Poco a poco, una vez suprimida la estratificación colonial en castras, la mujer indígena del siglo XIX se apropió nuevamente del rebozo como prenda distintiva, retomando su función como antes la tenían las mantas y ayates prehispánicos.

El rebozo mexicano tiene una historia espectacular, unida a la gente, tiene muchos usos, el más común siendo el de cargar a los bebés, sirviendo después como frazada, caliente en el invierno y fresca sombra en el verano. A partir de algunos códices como el Mendocino y el Florentino, así como de la Matrícula de Tributos y de algunas esculturas en piedra y cerámica, sabemos que en Mesoamérica existía una prenda tejida en telar de cintura con forma de bandas alargadas, es decir, la forma del rebozo actual. Estas prendas o mantas servían para cargar a los niños pequeños sobre la espalda; también se usaban para las labores domésticas y para aligerar el peso de la carga.

Con la llegada de los españoles se introdujeron la lana y la seda, así como la rueca y el telar de pedales, por lo que las antiguas mantas y ayates sufrieron transformaciones. Las Ordenanzas de la Real Audiencia de toda Nueva España, en 1582 prohibieron a la mujer negra, mulata o mestiza el uso de indumentaria indígena como los lienzos que antecedieron al rebozo. Como consecuencia, las mujeres rediseñaron la prenda haciéndola más larga, más ancha, decorándola con tinte de añil a rayas blancas y azul pálido, y empuntándola, dando origen al rebozo. El rapacejo -término que designa a los complejos anudados de las puntas-comenzó a adaptar hilos de colores para formar dibujos animales y vegetales, como reminiscencia de los brocados de pluma en el arte textil indígena.

Una de las causas de la transformación del rebozo se debió a los misioneros, ya que las mujeres tenían prohibido entrar a las iglesias con la cabeza descubierta. Otra fue la influencia de los mantones y las mantillas españoles que introdujo el Galeón de Manila en el siglo XVII, así como de otras prendas traídas de la India. La única descripción sobre el uso de una prenda similar a un rebozo o tápalo, la hizo Fray Diego Durán en 1572. Para 1625 Tomás Gage, al hablar del vestido utilizado por negras y mulatas dice: “…se encuentran otras en la calle, que en lugar de mantillas se sirven de una rica faja de seda, de la cual se echan parte al hombro izquierdo y parte sostienen con la mano derecha…”

Hacia el siglo XVIII, los principales centros reboceros ubicados en la Nueva España eran: Chapa de Mota (Estado de México), Acaxochitlán y Altepex (Puebla), Yalalag (Oaxaca) y Santa María del Río (San Luis Potosí). La variedad de rebozos existentes era enorme, aunque predominaba el rayado con dibujos de ikat y bordados, con cortos rapacejos de picos anudados. Los rebozos de las clases bajas se limitaban a ser de algodón, mientras que los de las altas se combinaron con seda, listas y bordados de oro, plata y otros metales. El barroco enriqueció a las piezas más sobresalientes con complejos bordados paisajísticos y escenas costumbristas. Para 1757, las Ordenanzas de Gremios especificaron cómo debían hacerse los “paños o tiras de rebozo, chapanecos, petatillos y rejadillos”.

El Segundo Conde de Revillagigedo describe al rebozo como la prenda que “llevan sin exceptuar ni aún las monjas, las señoras más principales y ricas, y hasta las más infelices y pobres del bajo pueblo. Usan de ella como mantilla, como manteleta, en el estrado, en el paseo y aún en la casa; se la tercian, se la ponen en la cabeza, se embozan con ella y la atan y anudan alrededor del cuerpo…”. El rebozo durante el siglo XIX era ya una prenda distintiva de la indumentaria mexicana en general. En retratos, litografías y pinturas de la época, se aprecia a las damas acomodadas de la sociedad mexicana portando rebozos que hoy se pueden identificar como clásicos, es decir, los teñidos en reserva con técnica de ikat , con rapacejos cada vez más elaborados.

Teniendo en cuenta la implantación del rebozo como parte de la indumentaria femenina mexicana de todos los estratos sociales, se establecieron en el recién formado país una serie de talleres especializados que definieron las técnicas de teñido, tejido y empuntado de los diversos tipos de rebozos. No obstante, la industria artesanal rebocera mexicana durante el siglo XIX respondió a los procesos sociales que vivió el país, presentando altas y bajas de producción. Las guerras de Independencia y posteriormente de Reforma afectaron la producción y consumo de rebozos, como consta en algunos periódicos de la época, en los que se publicaron quejas de artesanos y dueños de talleres por las bajas ventas.

En el siglo XIX, las mujeres indígenas que un par de siglos antes tenían prohibido el uso del rebozo en su forma y ornamentación clásica, modificaron sus antiguas mantas haciéndolas más parecidas al rebozo, notándose la austeridad en la decoración. Poco a poco, una vez suprimida la estratificación colonial de castas, la mujer indígena del siglo XIX se apropió nuevamente del rebozo como prenda distintiva, retomando su función como antes la tenían las mantas y ayates prehispánicos. Durante el siglo XX y lo que va del XXI, los rebozos se elaboran en telar de cintura o indígena, en telar de pedales o español y en telares mecánicos que han desplazado a los anteriores. La elaboración de la punta o rapacejo se hace anudando a mano los hilos de urdimbre que para el efecto se dejaron sin tejer. Existen varios tipos de rapacejo: de Jarana, de Rejilla, de Petatillo, entre muchos otros.

El procedimiento en telar de cintura comienza con la elaboración del hilo de algodón o lana; también puede usarse la seda y la artisela. Dependiendo del caso, se puede teñir con la técnica de ikat, es decir, anudando la madeja antes de la inmersión en colorante para lograr la reserva que caracteriza el jaspeado de los rebozos. Ya teñida la madeja, ésta se pasa al urdidor, del cual se articula un telar de cintura. Una vez en el telar, se comienza a tejer, tarea que dura aproximadamente sesenta días. Los rebozos que se manufacturan en telar de cintura, dependiendo de la combinación de colores, pueden tener por nombre: salomónico , de la sierra , poblano , sandía , de coapastle o cuapaxtle (color ocre oscuro), sutlalpeño , nácar , mexicano , corriente , de farol , columbino o gris de paloma , dorado (listados en franjas negras, blancas y azules), tornasol , jamoncillo (color púrpura pálido), calandrio (ocre), garrapato o coyote (café moteado con blanco), rojo quemado , amarillo oro y muchos más. Los llamados rebozos de bolita, hechos con seda en Santa María del Río, San Luis Potosí, pesan 750 gramos y pueden pasar por un anillo; cuentan con 7,200 hilos en la urdimbre y con mucho mayor número de tramas.

El tejido en telar de pedales tiene sus particularidades: primero se pasa el hilo al urdidor y se marcan con un pincel las partes a amarrar para dejar en blanco; el teñido se hace normalmente con tintes sintéticos como las anilinas. A este tipo de rebozos también les llaman de labor y hay de diferentes dibujos; los nombres más conocidos son: de palomitas, arco negro, arco blanco, labor doble, laborcita y d e luto. Los telares mecánicos o de poder sirven para elaborar rebozos semi-industriales de artisela y varias fibras sintéticas, en los cuales la única intervención manual es en el anudado o rapacejo. Hasta la década de 1940 se aplicaron también bordados de hilos y lentejuelas sobre los rebozos en varias partes del país. Actualmente la belleza del rebozo radica en el material con el cual está tejido, en el teñido, en el tejido y en el anudado.